martes, 8 de septiembre de 2015

"Flor"

Flor se llamaba; flor era ella.
Flor de los valles en una palma,
Flor de los cielos en una estrella,
Flor de mi vida, flor de mi alma.

Era más suave que blando aroma;
era más pura que albor de luna,
y más amante que una paloma,
y más querida que la fortuna.

Eran sus ojos luz de mi idea,
su frente lecho de mis amores,
sus besos eran dulzura hiblea,
y sus abrazos collar de flores.

Era al dormirse tarde serena,
al despertarse rayo del alba,
cuando lloraba limbo de pena,
cuando reía cielo que salva.

La de los héroes ansiada palma
de los que sufren el bien no visto,
la gloria misma que sueña el alma
de los que esperan en Jesucristo.

Era a mis ojos condena odiosa,
si comparada con la alegría,
de ser el vaso de aquella rosa,
de ser el padre de la hija mía.

Cuando en la tarde tornaba al nido,
de mis amores, cansado, y triste,
con el inquieto cerebro herido
por esta duda de cuanto existe.

Su madre tierna me recibía
con ella en brazos -yo la besaba…
y entonces todo lo comprendía…
¡Y al Dios sentido todo lo fiaba…!
¿Qué el alma impera…? -¡Delirio craso…!
¿Qué hay hechos ruines …? -¡Error profundo…!
¿No estaba en ella mirando acaso
la ley suprema que rige al mundo…?

!Ah cómo ciega la dicha al hombre,
cómo se olvida que es rey el duelo,
que hay desventuras sin fin ni nombre q
ue hacen los puños alzar al cielo…!

¡Señor…! ¿existes…? ¿Es cierto que eres
consuelo y premio de los que gimen,
que en tu justicia tan solo hieres
al seno impuro y al torvo crimen… ?

Responde entonces: ¿Por qué la heriste…?
¿Cuál fue la mancha de su inocencia,
cuál fue la culpa de su alma triste…?
¡Señor…! ¡Respóndeme en la conciencia…!

¡AIta la llevo siempre, y abierta,
que en ella nada negro se esconde;
la mano firme llevó a su puerta,
inquiero… y nada, nada responde…!

¡Sólo del alma sale un gemido
de angustia y rabia, y el pecho en tanto,
por mano oculta de muerte herido
se baña en sangre, se ahoga en llanto…!

¡Y en torno sigue la impía calma
de este misterio que llaman vida,
y en tierra yace la flor de mi alma,
al lado suyo mi fe vencida…!

¡Allí está…!  Blanca, blanca
como la nieve virgen que el potente
viento del norte de la cumbre arranca;
como el lirio que troncha mano impía,
orillas de la fuente
que en reflejar su albura se engreía.

¡Allí está… La suave
primavera pasó; pasó el verano,
y la estación poética en que el ave
y las hojas se van; retornó el cano
pálido invierno con su alegre arreo
de fiesta y de niños, y aún la veo
y la veré por siempre…!  Allí está… fría…
entre rosas tendida, como ella
blancas y puras y en botón cortadas
al despuntar el día…

¡Ay…! en la hora aquella,
¿dónde estaban las hadas,
protectoras del niño,
que no vinieron con clara estrella
de su vara de armiño
a tocar en la frente a la hija mía,
a devolver la luz a aquellos ojos,
y a arrancar de mi pecho los abrojos
de esta inmensa agonía,
de este dolor eterno, de esta angustia
infinita, fatal, inmensurable,
de este mal implacable
que deja el alma mustia…
-para siempre jamás- que nada alcanza
¡a mitigar en este mundo incierto…!

¡Nada! ni la esperanza…
ni la fe del creyente…
en la ribera nueva,
en el divino puerto
donde la barca que las almas lleva

habrá de anclar un día;
ni el bálsamo clemente
de la grave, inmortal filosofía;
ni tu misma, divina Poesía
que esta arpa de las lágrimas me entregas
para entonar el salmo de mi duelo…!
¡Tú misma, no, no llegas
a calmar mi dolor…!

¡Abrase el cielo…!
¡Desgájese la gloria en rayos de oro
sobre mi frente… y desdeñosa, altiva
de su mal sin consuelo
al celestial tesoro
el alma mía cerraré su puerta
que ni aquí, ni allá arriba
en la región abierta
de la infinita bóveda estrellada,
nada hay más grande, nada…
¡Más grande que el amor de mi hija viva…!
¡Más grande que el dolor de mi hija muerta…!


Por:
Juan Antonio Pérez Bonalde
Caracas, 15 de Febrero de 1.959



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