martes, 8 de septiembre de 2015

"Cosas de Viejo"

Que por qué ando yo ansina como enojao y triste?
¿Pa´ qué querés saberlo, mi linda flor de ceibo?
Los días del verano, que son pal mozo auroras,
son tardes melancólicas pa´ los que van pa´ viejos.

Pa´ yo poder contarte la historia de mis penas,
tendría que ir dispacio pialando mis recuerdos…
Dejalos que el olvido lo ate a su palenque,
que yo pa´ dir guapiando, ya no preciso de eyos.

Más bien cebá un amargo de los que tú acostumbras
pa´ despuntar el vicio…pa´ dir haciendo tiempo…
¡Quién sabe si algún día, sin oílo de mis labios,
no sabés por que peno!

Pero hoy tuavía es temprano pa´ que esa cabecita,
que pide pa´ adornarse la roja flor del ceibo,
comprienda que se pueden hayar sobre la almohada
tristezas que nos ahugan en vez de lindos sueños.

Cebá, cebame un mate, que yo, pa´ entretenerte,
te vi! a contar un cuento,
que, aunque es todo él mentira,
tal vez se te haga cierto.

Era como vos, moza, y era como vos, linda,
y como vos tenía por ojos dos luceros,
ande se achicharraban de un corazón las alas,
del corazón de un gaucho que se miraba en eyos.

Era un cantor y poeta de esos que en la guitarra
ponen en vez de cuerdas sus delicados nervios,
y cantan en sus (décimas) bravuras de los héroes,
y penas de sus (tristes) y amores en sus (cielos).

Eya tuvo al principio p!al payador amante,
en los ojos ternura y en la boquita besos…
¡Eran como palomas que van buscando el monte,
pa´ hacer los sauces el nido de sus sueños!

Dispués… ¿sabés, mi china, que está lindo tu mate?
Más lindo que mi cuento;
no des güelta la yerba, seguí, seguí cebando,
pa´ ver si me apaga la sé que estoy sintiendo…

Dispués… ¡Oigalé el duro!
Mirá, sacá esa astiya que está haciendo humareda…
Me yeran ya los ojos…prestáme tu pañuelo…

Por:
José Alonso y Trelles.
Caracas, 05 de Enero de 1.059




"Flor"

Flor se llamaba; flor era ella.
Flor de los valles en una palma,
Flor de los cielos en una estrella,
Flor de mi vida, flor de mi alma.

Era más suave que blando aroma;
era más pura que albor de luna,
y más amante que una paloma,
y más querida que la fortuna.

Eran sus ojos luz de mi idea,
su frente lecho de mis amores,
sus besos eran dulzura hiblea,
y sus abrazos collar de flores.

Era al dormirse tarde serena,
al despertarse rayo del alba,
cuando lloraba limbo de pena,
cuando reía cielo que salva.

La de los héroes ansiada palma
de los que sufren el bien no visto,
la gloria misma que sueña el alma
de los que esperan en Jesucristo.

Era a mis ojos condena odiosa,
si comparada con la alegría,
de ser el vaso de aquella rosa,
de ser el padre de la hija mía.

Cuando en la tarde tornaba al nido,
de mis amores, cansado, y triste,
con el inquieto cerebro herido
por esta duda de cuanto existe.

Su madre tierna me recibía
con ella en brazos -yo la besaba…
y entonces todo lo comprendía…
¡Y al Dios sentido todo lo fiaba…!
¿Qué el alma impera…? -¡Delirio craso…!
¿Qué hay hechos ruines …? -¡Error profundo…!
¿No estaba en ella mirando acaso
la ley suprema que rige al mundo…?

!Ah cómo ciega la dicha al hombre,
cómo se olvida que es rey el duelo,
que hay desventuras sin fin ni nombre q
ue hacen los puños alzar al cielo…!

¡Señor…! ¿existes…? ¿Es cierto que eres
consuelo y premio de los que gimen,
que en tu justicia tan solo hieres
al seno impuro y al torvo crimen… ?

Responde entonces: ¿Por qué la heriste…?
¿Cuál fue la mancha de su inocencia,
cuál fue la culpa de su alma triste…?
¡Señor…! ¡Respóndeme en la conciencia…!

¡AIta la llevo siempre, y abierta,
que en ella nada negro se esconde;
la mano firme llevó a su puerta,
inquiero… y nada, nada responde…!

¡Sólo del alma sale un gemido
de angustia y rabia, y el pecho en tanto,
por mano oculta de muerte herido
se baña en sangre, se ahoga en llanto…!

¡Y en torno sigue la impía calma
de este misterio que llaman vida,
y en tierra yace la flor de mi alma,
al lado suyo mi fe vencida…!

¡Allí está…!  Blanca, blanca
como la nieve virgen que el potente
viento del norte de la cumbre arranca;
como el lirio que troncha mano impía,
orillas de la fuente
que en reflejar su albura se engreía.

¡Allí está… La suave
primavera pasó; pasó el verano,
y la estación poética en que el ave
y las hojas se van; retornó el cano
pálido invierno con su alegre arreo
de fiesta y de niños, y aún la veo
y la veré por siempre…!  Allí está… fría…
entre rosas tendida, como ella
blancas y puras y en botón cortadas
al despuntar el día…

¡Ay…! en la hora aquella,
¿dónde estaban las hadas,
protectoras del niño,
que no vinieron con clara estrella
de su vara de armiño
a tocar en la frente a la hija mía,
a devolver la luz a aquellos ojos,
y a arrancar de mi pecho los abrojos
de esta inmensa agonía,
de este dolor eterno, de esta angustia
infinita, fatal, inmensurable,
de este mal implacable
que deja el alma mustia…
-para siempre jamás- que nada alcanza
¡a mitigar en este mundo incierto…!

¡Nada! ni la esperanza…
ni la fe del creyente…
en la ribera nueva,
en el divino puerto
donde la barca que las almas lleva

habrá de anclar un día;
ni el bálsamo clemente
de la grave, inmortal filosofía;
ni tu misma, divina Poesía
que esta arpa de las lágrimas me entregas
para entonar el salmo de mi duelo…!
¡Tú misma, no, no llegas
a calmar mi dolor…!

¡Abrase el cielo…!
¡Desgájese la gloria en rayos de oro
sobre mi frente… y desdeñosa, altiva
de su mal sin consuelo
al celestial tesoro
el alma mía cerraré su puerta
que ni aquí, ni allá arriba
en la región abierta
de la infinita bóveda estrellada,
nada hay más grande, nada…
¡Más grande que el amor de mi hija viva…!
¡Más grande que el dolor de mi hija muerta…!


Por:
Juan Antonio Pérez Bonalde
Caracas, 15 de Febrero de 1.959



"Música Triste"

Un amor que se va…? ¡Cuántos se han ido…!
otro amor volverá más duradero
y menos doloroso que el olvido.

El alma es como pájaro in señero
que, roto el nido en el ruinoso alero,
en otro alero reconstruye el nido.

Puede el último amor ser el primero.
Mientras más torturado y abatido
el corazón del hombre es más sincero.

Tras de cada nublado hay un lucero,
y por ruda tormenta sacudido
florece hasta morir el limonero.

¿Un amor que se va…? ¡Cuántos se han ido!
¡Puede el último amor ser el primero!
No te alejes del piano todavía.

Halada brote del marfil del piano
bajo el lirio fragante de tu mano
la tierna y amorosa melodía.

Ese adagio tristísimo y arcano
dulcifica mi espíritu doliente,
como si presintiera por mi frente
la inefable caricia de tu mano.

Si dispuso el dolor con golpe fiero
llenar de sombra la existencia mía,
ya se levanta luminoso el día
y florece otra vez el limonero.

No te alejes del piano todavía…
¡Puede el último amor ser el primero…!

Por:
Andrés Mata
Caracas. 25 de Febrero de 1.959

"Echando cocos"

Es un decir en la aldea
que el coco de Juan Palomo
no le lastiman el lomo
ni se le gana pelea.

Que se quiten esa idea.
Yo nunca a nadie provoco
pero aunque me gusta poco
decir lo que ya presiento
va a saber los del cuento
cómo se quiebra ese coco.

Se llena la pulpería,
el silencio gime ausente,
y en los ojos de la gente
pega saltos la alegría.

Como un reto a mi osadía
Palomo frunce la cara.
Su voz me revienta clara
cuando a servir lo provoco:
¡Si eso no parece un coco
si no una pobre tapara…!

El puño en guardia retiro
para caerle al contrario.
Hay mofa en el comentario
mientras nervioso respiro.

Mi coco sacude un tiro
que al otro le causa estrago.
Ya ese golpe no lo pago,
nadie me cobra la cuenta.

Y en el chorro que revienta
muere la sed trago a trago.
Siento la gloria más honda
cuando a la puerta me asomo.

Tú, la mujer de Palomo,
flor de ternura y redonda,
pasas alegre y oronda
bajo la paz de la aldea.

Guapo tu pecho flamea
su gracia nos vuelve locos
y un par de trémulos cocos
me van pidiendo pelea.

Por:
Ernesto L. Rodríguez.

Caracas, 15 de Marzo de 1.959

"Celos"

Tengo celos de ti, ¿Por qué negarlo…?
Tengo celos de ti, celos rabiosos;
celos de las sonrisas de tu boca,
celos de las miradas de tus ojos.

Cuando yo no te oigo… ¿Cómo hablas…?
Cuando yo no te veo… ¿Cómo miras…?
Cuando no estoy delante… ¿Cómo suenan
los áureos cascabeles de tu risa… ?

Tú sabes que en los ojos de los hombres
hay miradas impuras impuras,
que unas veces parece que acarician
y otras veces parece que desnudan.

Cuando un hombre te mira de ese modo,
cuando te envuelve en miradas de esas
y sientes que resbala por tu cuerpo,
¿Qué es lo que piensas, di, qué es lo que piensas…?

Cuando tengo tu mano entre mis manos,
yo sé cómo tu carne se estremece;
cuando es otra la mano que te oprime,
¿Qué es lo que sientes, di, ¿Qué es lo que sientes…?

Yo puedo adivinar qué pensamientos
laten en ti cuando de mi te acuerdas;
cuando es de otro el recuerdo que te asalta,
¿Qué es lo que sueñas, di, qué es lo que sueñas…?

Yo te he visto mil veces temblorosa
ante el fervor de mis ardientes frases,
con los divinos ojos entornados
y los húmedos labios anhelantes.

Embebida de amor, desvanecida
cuando yo soy el que de amor te habla.
Si las palabras son las mismas, dime:
¿Cómo te suenan de otro las palabras…?

Tú juras que me has dado
tu corazón, tu cuerpo y tu cariño,
pero nunca sabré si tras tus ojos
se esconde un pensamiento que no es mío.

¡Y qué me importa tu cariño entonces…!
¡Qué vale la escultura de tu cuerpo
si son los pensamientos de tu alma
como villanos que arrebata el viento…!

Por:
Pedro Mata.

Caracas, 25 de Febrero de 1.959

"Pasional "

¡Háblame! Que tu voz, eco del cielo,
sobre la tierra por doquier me siga…
con tal de oír tu voz, nada me importa
que el desdén de tu labio me maldiga.

¡Mírame!… ¡Tus miradas me quemaron,
y tengo sed de ese mirar, eterno…
por ver tus ojos, que se abrase mi alma
de esa mirada en el celeste infierno.

¡Ámame! … Nada soy… pero tu diestra
sobre mi frente pálida, un instante,
puede hacer del esclavo arrodillado
el hombre rey de corazón gigante.

Tú pasas… y la tierra voluptuosa
se estremece de amor bajo tus huellas,
se entibia el aire, se perfuma el prado
y se inclinan a verte las estrellas.

Quisiera ser la sombra de la noche
para verte dormir sola y tranquila,
y luego ser la aurora y despertarte
con un beso de luz en la pupila.

Soy tuyo, me posees…un solo átomo
no hay en mi ser que para ti no sea:
dentro mi corazón eres latido,
y dentro mi cerebro eres idea.

¡Oh! por mirar tu frente pensativa
y pálido de amores tu semblante;
por sentir el aliento de tu boca
mi labio acariciar un solo instante.

Por estrechar tus manos virginales
sobre mi corazón, yo de rodillas,
y devorar con mis tremantes besos
lágrimas de pasión en tus mejillas .

Yo te diera... no sé… ¡no tengo nada!...
El poeta es mendigo de la tierra
¡toda la sangre que en mis venas arde!
¡Todo lo grande que mi mente encierra!

Más no soy para ti…¡Si entre tus brazos
la suerte loca me arrojara un día,
al terrible contacto de tus labios
tal vez mi corazón… se rompería!

Nunca será… Para mi negra vida
la inmensa dicha del amor no existe…
solo nací para llevar en mi alma
todo lo que hay de tempestuoso y triste.

Y quisiera morir… ¡pero en tus brazos,
con la embriaguez de la pasión más loca,
y que mi ardiente vida se apagara
al soplo de los besos de tu boca!.

Por:
Manuel M. Flor

Caracas, 09 de Febrero de 1.959

"La Tristeza del Inca"

Este era un Inca triste de soñadora frente,
ojos siempre dormidos y sonrisa de hiel,
que recorrió su imperio buscando inútilmente
a una doncella hermosa y enamorada de él.

Por distraer sus penas, el Inca dio en guerrero;
puso a su tropa en marcha y el broquel requirió;
fue dejando despojos sobre cada sendero;
y las nieves más altas con su sangre manchó.

Tal sus flechas cruzaron invioladas regiones
donde apenas los ríos se atrevían a entrar;
y tal fue derramando sus heroicas legiones,
de la selva a Los Andes, de Los Andes al mar.

Fue gastando las flechas que tenía en su aljaba,
una vez y otra y otra, de región en región;
porque cuando salía victorioso lograba
levantar la cabeza, pero no el corazón.

Y cansado de solo levantar la cabeza,
celebró bailes magnos y banquetes sin fin;
pero no logró nada disipar su tristeza:
ni la sangre del choque ni el licor del festín.

Nadie entraba en el fondo de su espíritu oculto;
ni las cándidas ñustas de dinástico rol,
ni las sciris de Quito consagradas al culto,
ni del Cuzco tampoco las vestales del sol.

Fue llamado el más viejo sacerdote.  
Adivina este mal que me aqueja y el remedio del mal
dijo el gran sacerdote, con voz trémula y fina.
aquel joven monarca displicente y sensual.

!Ay señor…¡ dijo el viejo sacerdote.
Tus penas remediarse no pueden.
Tu pasión es mortal.

La mujer que has ideado tiene añil en las venas,
un trigal en los bucles y en la boca un coral.
!Ay señor… ¡ Cierto día vendrán hombres muy blancos,
ha de oírse en los bosques el marcial caracol;
cataratas de sangre colmarán los barrancos.

Y entrarán otros dioses en el Templo del Sol.
La mujer que has ideado pertenece a tal raza.
Vanamente la buscas en tu innúmera grey;
y servirte no pueden ni oración ni amenaza.
Porque tiene otra sangre, otro Dios y otro Rey.

Cuando el rito sagrado le mandó optar esposa,
hizo astillas el cetro con vibrante dolor;
y aquel joven monarca se enterró en una fosa,
y pensando en la rubia fue muriendo de amor.

Castellana: tú ignoras todo el mal que me has hecho.
Castellana: recuerda que nací en el Perú.
La tristeza del Inca va llenando mi pecho;
!y quién sabe… quién sabe sí la rubia eres tú… ¡

Por:
José Santos Chocano.

Caracas, 30 de Marzo de 1.959